El proyecto “¿Cómo conservar los alimentos y no morir en el intento?, que comenzó con el objetivo de lograr crear un impacto positivo en al menos una única persona, continuaba creciendo.
Yo era una de esas personas a las que los límites impuestos les estaban quitando las ganas de aprender. Hace ya unos cinco años desde que comencé a investigar, pero todavía recuerdo como si fuera ayer palabras como “Déjate de tonterías.”, “Dedícate a otra cosa.”, “Lo único que vas a conseguir es perder el tiempo”…
Sin embargo, tuve la inmensa suerte de tener una familia que creyó en mí, incluso cuando ni siquiera yo lo hacía y nunca paró de luchar para mantener viva mi llama de la curiosidad. Es por ello, que nunca dejé de preguntarme el porqué de todo y de tratar de buscar soluciones a los problemas de nuestro día a día.
Vivimos en un mundo que se encuentra en constante crecimiento y evolución. Desde mi punto de vista, uno de los pilares fundamentales para tratar de construir un futuro mejor para toda la sociedad es la sostenibilidad. No tenemos un planeta alternativo en el que vivir, y es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros cuidar el que tenemos. Además, también considero esencial la perspectiva social.
Según la FAO, en la actualidad estamos desechando aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos, un dato que se ve incrementado en según qué sector. Es un porcentaje escalofriante, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de gente que sufre por el hambre o problemas derivados. Para avanzar hacia un futuro mejor y más sostenible, es esencial hacerlo sin olvidarnos de las personas.
Además, no solo se desechan alimentos, con las terribles consecuencias sociales y económicas que eso conlleva, si no que con ellos se desperdician otros recursos limitados como el agua o la tierra. El pasado día 22 de agosto, fue el día de sobrecapacidad de la Tierra, en el que agotamos los recursos naturales que el planeta es capaz de regenerar en un año y sin embargo, el resto del año seguimos empleando más recursos.
¿Cuántas veces tenemos ideas y las dejamos en un cajón porque las consideramos “demasiado pequeñas”, porque seguro que no van a funcionar, o por qué no sabemos cómo continuar? Sin embargo, debemos perder el miedo a arriesgarnos ya que cuando tenemos una idea que creemos que puede tener un impacto positivo en la sociedad, la verdadera pregunta debería ser ¿cómo vamos a dejarla guardada en un cajón?
Para mí en eso reside lo que verdaderamente es importante. No está en nuestras manos que salga bien o que salga mal, sino intentarlo. Deberíamos perder el miedo a cometer errores. Con esta idea en mente fue con la que decidí dar un paso adelante, con el mismo objetivo del primer día: lograr ayudar a al menos una única persona.
Cuando comencé a investigar, no tenía ninguna clase de medios. De hecho, el primer prototipo de la máquina lo construí empleando cosas que iba encontrando por casa como un trozo de una persiana rota, un ventilador, unas cajas de plástico… La primera versión estaba hecha en su totalidad con materiales reutilizados, en parte también porque en mi casa siempre nos han inculcado los valores de la sostenibilidad. En primer lugar reducir, después reutilizar y finalmente reciclar.
Es totalmente surrealista poder ver cómo a día de hoy, existen personas que creen y apoyan lo que un día fue un sueño de una “Maitane pequeña” y poder levantarte cada día y poder ver cómo día a día, se va haciendo realidad.
El apoyo y la visibilidad son claves. Es fundamental comenzar a trabajar desde la educación, no solo fomentando la curiosidad y manteniendo las ganas de aprender, las ganas de preguntar y la ilusión por construir un mundo mejor; sino también educando en qué hacer una vez se tiene una idea.
Creo firmemente que es totalmente necesario comenzar a actuar para apoyar la investigación, así como la investigación de los jóvenes. Es esencial que exista un compromiso real, que vaya más allá de las palabras para que pueda ser traducido en acciones y por tanto en un impacto real sobre nuestra sociedad.
Después de años de trabajo y todavía sobrecogidos con el apoyo, hemos decidido aventurarnos en el ilusionante mundo del emprendimiento. Con el objetivo de transformar este proyecto que comenzó como un sueño en realidad, a los 18 años he co-fundado mi primera empresa, Innovating Alimentary Machines junto con mi familia.
En la actualidad, soy la directora de Innovación de Innovating Alimentary Machines, donde día a día, trabajamos para crear un impacto positivo en la sociedad, así como en el planeta.
Lo más emocionante de todo, es poder seguir compartiendo el camino con vosotros. ¡Muchísimas gracias por vuestro apoyo!
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